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El español frente al latín en la universidad

Publicado por Pablo

Gaspar Melchor de JovellanosLa pugna entre el español y el latín por su supremacía en el ámbito científico no había terminado aún en el siglo XVIII. Todavía quedaba un último reducto, pues los estatutos y los reglamentos universitarios estipulaban el empleo de la lengua latina en sus clases. Aunque esta medida sólo se cumplía a medias, no es por ello desdeñable en absoluto. El latín que se hablaba en esas clases, más que la lengua culta y refinada de Virgilio, era un jerga bárbara que habría sido incomprensible por un romano del siglo I, a pesar de que había en España más de cuatro mil cátedras universitarias dedicadas a la enseñanza de dicha lengua.

Es importante destacar que la supremacía del latín no era exclusiva de España. En la mayoría de las universidades europeas, el latín era la lengua vehicular de la enseñanza y la investigación. Sin embargo, a medida que las lenguas vernáculas se fueron consolidando y adquiriendo prestigio, el latín fue perdiendo terreno. En este sentido, el caso español es paradigmático, ya que la lucha por el reconocimiento del español frente al latín fue especialmente intensa y prolongada.

En cualquier caso, en 1735 el rey Fernando VI volvía a sancionar esta práctica. Dispuso ese año que cuantos profesores y alumnos hablaran romance en los recintos universitarios fueron perseguidos, y castigados.

Frente a esta actitud oficial apoyada, básicamente, por varias órdenes religiosas, se desarrolló un movimiento favorable al castellano en el cual participaron eminentes escritores y científicos del siglo XVIII. Figuró, a la cabeza de todos ellos, Fray Benito Feijoo (1676 – 1764) y, compartiendo con él el centro intelectual del movimiento, el médico Martín Martínez, el polígrafo Fray Martín Sarmiento, el escritor Juan Pablo Forner, y los filólogos Gregorio Mayáns y Antonio de Capmany.

Por su clarividencia, merece mención aparte el insigne Gaspar Melchor de Jovellanos (1774 – 1810), quien, con su talento, su profunda preocupación pedagógica y la autoridad moral que ejerció sobre la Ilustración española. En efecto, Jovellanos no cejó durante toda su vida en atacar “esta ciega idolatría que profesamos a la Antigüedad”, la que llevaba a mantener el latín en la enseñanza, “a despecho de la experiencia y el desengaño”. Para Jovellanos, obligar a los estudiantes a aprender una lengua muerta para construir con ella una ciencia vida era el sumun de lo absurdo. Si España había de seguir siendo una nación egregia –defendía en uno de sus discursos-, el único camino que podía seguir era el de crear, estudiar y enseñar la ciencia en español.

Las ideas de Jovellanos se impusieron cuando, al acabar la guerra de la Independencia, la Regencia nombró una junta para proceder a la reforma de los estudios del país; junta de la que formó parte Manuel José Quintana.

Con la propuesta que surgió de esa junta, el español conquistó, como idioma, el último bastión que hasta ese momento se le resistía: el universitario. Habían pasado seis siglos desde que Alfonso X diera inicio a la lucha de prestigio entre latín y castellano; en los albores del XIX, esa batalla tocó a su final. Este hito simbolizó el triunfo definitivo del español como lengua de la ciencia y la cultura, y marcó el inicio de una nueva etapa en la historia de la lengua española.