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Sustantivos contables

Publicado por Pablo

contables Desde La guía de lengua hemos iniciado una serie de artículos referentes al estudio de los sustantivos. Los sustantivos, como ya sabemos, son la clase de palabras que permiten al lenguaje concretarse, y referirse a personas, a animales, a objetos o a ideas. Naturalmente, es una categoría enormemente amplia y por lo tanto no debe extrañarnos que existan múltiples rasgos que nos permitan dividir y categorizar a los sustantivos.

Normalmente, sin embargo, este tipo de categorías gramaticales son únicas y excluyentes. Se diseñan una serie de categorías maestras y en ella se van encajando todos los miembros. Por ejemplo, un verbo puede ser de primera, de segunda o de tercera conjugación, puede ser pasado a futuro, etcétera. Un adverbio por su parte puede ser de duda o de afirmación o de negación, etcétera.

En cambio, los sustantivos no se organizan de esa manera. En realidad, decimos que los sustantivos pueden ser “o simples o compuestos”, “o abstractos o concretos”, “o propios o comunes”, etcétera. Se van dividiendo, pues, en esta serie de categorías binarias.

Una de estas categorías es la que agrupa a los sustantivos según estos sean contables o no contables (incontables). En este artículo vamos a ocuparnos de los del primer grupo, los contables.

¿Qué es un sustantivo contable? A primera vista parece fácil: todo aquel sustantivo que hace referencia a una persona, animal o cosa susceptible de ser contado de forma numérica. Por ejemplo, un vaso, un bollo o un zumo:

¿Qué quieres para desayunar?

Un vaso de leche, dos bollos y un zumo de naranja

Los sustantivos contables se caracterizan por el hecho de que necesitan un artículo cuando van en una oración, y porque se citan en singular (podemos decir “quiero un bollo” o “quiero dos bollos”, pero no “quiero bollo”).

Algunos sustantivos, en cambio, pueden mantener cierta ambigüedad: pueden ser contables y también incontables, aunque nunca a la vez. Si nos fijamos en el ejemplo que hemos puesto anteriormente, nos daremos cuenta de que “vaso”, “bollo” y “zumo” no son exactamente iguales en lo que ahora nos atañe. No podríamos decir “quiero vaso” ni tampoco “quiero bollo”, pero sí sería correcto decir “quiero zumo”.

¿Qué ocurre con estos nombres? Resulta que, cuando decimos “quiero zumo”, “quiero café” o “quiero leche” nos referimos a su valor genuino, y no especificamos la cantidad porque generalmente no es necesario (si una persona “quiere café”, se supone que quiere “un café”).