Interjecciones
Las interjecciones son como unos elementos aislados que aparecen en medio de las oraciones, sin concordar de ninguna manera con ellos, sin guardar relación con ellas en modo sintáctico, morfológico o semántico, completamente prescindibles sin dañar el significado original de la oración. Y sin embargo, son bastante usadas, aunque bastante más comunes en la lengua oral que en la lengua escrita.
En realidad, son exclamaciones, y también pueden llamarse así, aunque entre los gramáticos y lingüistas sea el término interjección el más utilizado. El término proviene del latín “interiectio”, que significa literalmente “intercalación”. Y en efecto, las interjecciones son elementos que se intercalan en el discurso. Aparecen en cualquier momento y lugar para mostrar asombro, alegría, euforia, molestia, dolor, o cualquier sentimiento que queramos expresar rápidamente y haciendo uso de una expresión por todos conocida. Por ejemplo:
Y entonces pensé, ¡qué demonios!, yo también soy capaz de hacerlo
“¡Qué demonios!” es una interjección. Como lo sería también “¡Qué diablos!”, o “¡Qué narices!”, o tantas otras. En realidad, no existe una lista de interjecciones, como sí existen listas de verbos o adjetivos. Las interjecciones son convenciones sociales y sólo se utilizan entre hablantes de una misma lengua. A veces, como todas las convenciones, surgen nuevas interjecciones entre hablantes de un mismo grupo social, de una misma edad, o de una misma región, generándose así localismos y jergas que sólo son aprehendidas entre comunidades pequeñas. Pero, por lo general, existen suficientes interjecciones bien conocidas (como la anterior, en nuestro ejemplo) que pueden ser perfectamente entendidas por hablantes de distintas regiones, costumbres y grupos sociales.
En español existen muchísimas. Baste pensar en expresiones del tipo “eh”, “ah”, “oh”, “bah”, “ey”, “uff”, “caramba”, “caracoles”, “diablos”, o las malsonantes “joder”, “cojones”, “carajo”, etcétera. La mayoría de estos vocablos no significan absolutamente nada, y el hecho de utilizarlos es pura convención, cuando no invención.
Si cuando decimos “uff”, entendemos que estamos transmitiendo una sensación de asco, o de sorpresa desagradable, o de descontento, es porque ambos, emisor y receptor, conocen ese código. Pero esa interjección puede dejar de usarse tan pronto como aparezca otra que la sustituya. Las interjecciones son elementos particularmente sujetos a las leyes de las modas. Baste para ello pensar en expresiones como “cáspita”, “releche”, “válgame Dios”, y como estas tantas otras, muy utilizadas en España hace algunas décadas y hoy caídas en desuso, cuando no abandonadas totalmente por los hablantes más jóvenes.