El origen innovador del castellano
La mayoría de las lenguas medievales de la Península Ibérica, aunque contaban con soluciones fonéticas propias, no dejaban de conservar entre sí una cierta semejanza. Perpetuaban, de cierta manera, la unidad lingüística peninsular que existía antes de la – invasión árabe: eran conservadoras, arcaizantes, y relativamente próximas al latín. En este contexto fue en el que irrumpió el castellano, adoptando soluciones más innovadoras que sus lenguas vecinas, e imponiendo algunas realmente radicales.
El castellano tuvo su cuna en Cantabria, en un conjunto de condados que dependían del reino leonés. Se trataba de una zona fronteriza, constantemente amenazada de guerras y escaramuzas con los árabes, por lo que era común encontrar numerosos castillos y fortificaciones. De ahí viene, precisamente, el nombre del reino castellano. El caso es que estos castellanos se mostraron siempre muy rebeldes ante el centralismo mostrado por los leoneses.
El conde Fernán González, famoso poeta, consiguió reunir en su persona los condados de Castilla, Asturias de Santillana, Cerezo, Lantarón y Alava, y constituyó a mediados del siglo X el gran condado nuevo de Castilla. Aunque no lograron su independencia, los castellanos buscaros destacarse y diferenciarse, en todos los ámbitos, de sus vecinos leoneses. Y este ambiente de rebeldía constituyó el caldo de cultivo perfecto para que el idioma de los castellanos también se afirmase sobre el de los leoneses.
Ese lenguaje, como veníamos diciendo, comparte las más avanzadas soluciones fonéticas de las lenguas vecinas, como la conversión de E y O en Ie y Ue (septe, siete). Pero, en muchas ocasiones, llegó mucho más lejos. Estos son los rasgos en los que el castellano se diferenció de las otras lenguas romances peninsulares:
– Pérdida de la F inicial latina, sustituida por H aspirada en un primer momento (de facere a haber, de farina a harina)
– Conversión de Li + vocal en un sonido prepalatal fricativo sonoro que dio origen a J (de filius a hijo, de mulierem a mujer)
– Pérdida de G o J iniciales, ante E o I inacentuadas (de Gelovira a Elvira, de Jenariu a Enero)
– Conversión de Ct y (U)Lt en Ch (de factu a hecho, de cultellu a cuchillo)
– Transformación de Sci en Z (de asciata a azada)
– La É y la Ó breves tónicas, que diptongan en Ie y Ue, dejan de hacerlo en palabras como lectu (a lecho) y oculu (a ojo).
– Los grupos Cl, Fl y Pl iniciales se convierten en Ll (de clamare a llamar, de plovere a llover)
Hay muchos más rasgos diferencias, pero estos son los más importantes. De ellos, según los lingüistas, el más original del castellano frente al resto de lenguas románicas es la pérdida de la F inicial latina.