Estereotipos sociales
Un estereotipo es una idea sobre algo que aceptamos de forma pasiva, o lo que es lo mismo, que adoptamos sin someterla al juicio de la experiencia o del conocimiento directo. Los estereotipos son generalmente «comunes» y ésa es la razón principal de su existencia: cuando un grupo o una sociedad da por válida una idea, cada uno de sus miembros no la somete a su propia razón o a su propia experiencia, sino que da por válido el juicio compartido de su comunidad. No obstante este juicio es erróneo en muchas ocasiones, no sólo por errores achacables al error inocente, sino al interés político, económico y/o cultural de quienes lo extienden desde una posición de poder.
Los estereotipos funcionan pues a la manera de los prejuicios. Y los estereotipos sociales, que son los que queremos estudiar aquí, afectan de forma directa a grupos sociales concretos, que pasan a ser «percibidos» por el resto de la comunidad -o por los demás- de una manera «prejuiciosa» o, precisamente, «estereotipada».
Este forma colectiva de asunción de ideas se alimenta a sí misma, transmitiéndose de generación en generación y vinculándose continuamente a erróneas generalizaciones basadas en prejuicios culturales (étnicos, religiosos, sociales o nacionales). La forma en que todo el mundo suele tener una idea asociada a determinados grupos étnicos (los gitanos, los árabes…), religiosos (los judíos, los musulmanes…), sociales (los jóvenes, las mujeres…) o nacionales (los chinos, los norteamericanos…) es un ejemplo perfecto de cómo nacen, se activan y se expanden los estereotipos.
Los estereotipos sociales tienen, entonces, a crear generalizaciones sobre determinados colectivos internos a una sociedad. Así se suele asociar a los jóvenes con las conductas irrespetuosas, a los rockeros con la droga y el alcohol, a los pobres o marginados con el crimen, y a los ricos con la avaricia y el egoísmo. Los colectivos profesionales tampoco se libran de los estereotipos, y aún se pueden oír expresiones como «tienes cosas de bombero», o epítetos nada amistosos como el que califica al abogado de «chupatintas» o al médico de «matasanos».
En lo referente al lenguaje tampoco estamos libres de pensamientos estereotipados. Muchas veces se piensa que determinados colectivos lingüísticos, por hacer uso de algún tipo de variedad dialectal, hablan su idioma de una forma peor que el resto de los hablantes (ocurre, por ejemplo, en España con el andaluz o el extremeño). Otras veces se descalifican las jergas juveniles calificando a los jóvenes de ignorantes de su lengua, cuando tienen más que ver con la rebeldía y el deseo de innovación; o las jergas profesionales de académicos, abogados y médicos como ejemplo de pedantería, cuando la extrema precisión es un requisito necesario en sus comunicaciones.