Usos orales y escritos de la lengua
Los usos orales de la lengua conllevan la presencia del emisor y el receptor en el mismo tiempo y espacio –o, al menos, en el mismo tiempo, pues una conversación telefónica permitiría una conversación entre dos personas en espacios distintos-. Lo que este hecho implica es la presencia de una continua interacción: así el emisor, mediante la observación del comportamiento verbal y no verbal de su interlocutor, puede valorar qué produce en éste la recepción de su mensaje, y de esa manera modificarlo, si fuera necesaria, para adecuar su estrategia comunicativa.
Todo texto, sea oral o escrito, se produce con una determinada intención por parte del emisor: la de informar, convencer, o expresar un sentimiento. Para conseguir ese objetivo, el emisor dispone de una serie de instrumentos lingüísticos que desarrollará en la elaboración del texto. Sin embargo, y he aquí lo importante, esos mecanismo varían sustancialmente dependiendo de si el contexto comunicativo es oral o escrito.
En el uso oral del lenguaje aparecen las variedades geográficas, funcionales o sociales. Podemos saber si una persona es de un lugar o de otro fijándonos en su acento y forma de hablar, así como si es culta o, por el contrario, no tiene una alta formación lingüística. Todas esas variaciones desaparecen con los usos escritos, en los que todo el mundo adopta la variedad estándar de la lengua.
La estructuración de la información se lleva a cabo sin organización previa, cuando estamos hablando. Aparecen así digresiones, cambios de tema, repeticiones y redundancias que no existen cuando escribimos, porque en ese contexto sí podemos organizar y estructurar nuestro mensaje antes de lanzarlo –escribirlo-.
En el uso oral predominan las oraciones coordinadas y yuxtapuestas. Hay, además, anomalías sintácticas como frases inacabadas, anacolutos, alteración del orden de las palabras, etcétera. Es normal ya que al elaborar el mensaje y lanzarlo al mismo tiempo, normalmente se hace complicado mantener una estructura compleja con frases entrelazadas y subordinadas, sin cometer errores sintácticos o dejarnos parte del mensaje por el camino. Todo ello desaparece en el lenguaje escrito, donde predomina la oración subordinada y la sintaxis adecuada a las normas de la lingüística.
En cuanto al léxico, es muy común la repetición de palabras en la lengua oral, así como el empleo de vocablos con significado amplio, vago e impreciso. Se usan muy a menudo muletillas y frases hechas. En la lengua escrita, por el contrario, es común el emplo de sinónimos para no repetir a misma palabra, la utilización de vocablos de forma precisa, y la ausencia de expresiones innecesarias.
Algo que diferencia claramente a los usos orales de los escritos es la utilización de elementos prosódicos, como el acento, la intensidad, la pronunciación y las pausas. Con su ayuda podemos precisar el significado de nuestras palabras, y compensar así la falta de elaboración y adecuación de los significados que utilizamos.