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Benito Jerónimo Feijoo

Publicado por Aroa Plaza

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En el artículo de hoy, nos plantamos en el siglo XVIII para estudiar la figura de uno de los escritores españoles más relevantes de esta época, estamos hablando del ensayista Benito Jerónimo Feijoo.

Benito Jerónimo Feijoo nació en un pueblo de la provincia de Ourense llamado Casdemiro en el año 1676. Miembro de una familia numerosa, era el primogénito de diez hermanos. Cedió el poder de ser el hijo primogénito al dedicar su vida a la religión cuando ingresó con trece años de edad en la Orden Benedictina del Real Monasterio de San Julián de Samos en la provincia de Lugo. En Galicia, concretamente en Pontevedra, estudió Artes y en Salamanca se formó en Teología. Una vez acabados sus estudios dedicó su vida a la educación y a la escritura. A la edad de 33 años fue trasladado a Oviedo al Colegio de San Vicente y allí pasó el resto de su vida hasta que la muerte le llegara en el año 1764.

Feijoo fue un gran intelectual de su tiempo, un ilustrado cuyo espíritu crítico se refleja claramente en sus obras. Una de sus preocupaciones centrales es la preocupación por España, tema al que han prestado atención muchos escritores a lo largo de la historia de la literatura española como por ejemplo, Quevedo, Larra o Unamuno, entre otros muchos.

Su obra la componen ocho volúmenes de la obra titulada Teatro crítico universal, en los que encontramos ciento ochenta y ocho discursos, escritos entre los años 1727 y 1730 y cinco volúmenes de la obra llamada Cartas eruditas y curiosas, formadas por ciento sesenta y seis ensayos compuestos entre el año 1742 y 1760. Estos textos pertenecen al género ensayístico, es decir, son ensayos que versan sobre distintas materias como por ejemplo la historia, la medicina, la filología, la teología, la geografía, etc. Uno de estos textos es Amor de la patria y pasión nacional y en él vemos como Feijoo habla en esta ocasión de temas como el nacionalismo, el regionalismo, las ventajas del uso de un solo idioma, etc., buscando siempre un punto conciliador y el bien común.

Este escritor es un claro ejemplo de lo que es un buen divulgador. En sus libros siempre busca la verdad de la razón, lo que le lleva a combatir la credulidad del pueblo y el estancamiento y rutina de aquellos que se dedicaban a la ciencia. Por esto y otros motivos fue un hombre difamado, llegando esta desacreditación hasta tal punto que el propio rey Fernando VI, en el año 1750, tuvo que prohibir mediante un Real Decreto cualquier impugnación a sus escritos.

Respecto al estilo de este escritor, hemos de decir que se trata de un estilo concienzudamente cuidado, buscado y minucioso. Y aunque este escritor se mueve principalmente en el mundo de la razón supo, de alguna forma, ahondar también en el sentimiento, dando un toque de cierta frescura romántica sus obras.

Las letras españolas deben agradecer a este autor, cargado de racionalidad y buen sentido, el haber elevado el nivel cultural español en el siglo XVIII.