La poesía del siglo XVIII en el reinado de Carlos III
Durante el reinado de Carlos III, en la poesía del siglo XVIII se produce un momento de cambio. Existe un lapso de tiempo en los autores barrocos van dejando paso a la nueva estética neoclásica, cuyos autores critican con fuerza al movimiento anterior.
En esta época destaca el escritor Nicolás Fernández de Moratín, que se da a conocer con un certamen poético, ya que percibe claramente que para impulsar su concepto de poesía es necesario darse a conocer masivamente. Se imprime su propia revista y la reparte por la corte. Publica ya textos neoclásicos. El poema con el que alcanza la fama es “la Diana cobarde de la caza”, tratado lleno de erudición sobre la caza que anuncia las transformaciones de la poesía de esta época. Aquí, el elemento principal ya no son los sentimientos, sino la forma de transmisión de los conocimientos; los autores de esta época no toman la subjetividad lírica como base de su obra, sino la pasión por otros elementos intelectuales.
En el segundo período del reinado de Carlos III, encontramos sesenta y nueve colecciones que recogen las obras barrocas.
Entre 1778 y 1784, se producen los grandes acontecimientos de la Academia que toma gran importancia. El rey crea un premio poético con la intención de volver a la poesía épica al estilo de La Hernandia. La monarquía española quería sacudir la presión ideológica que Europa nos echaba encima. Vaca de Guzmán gana el premio.
En estos años aparecen personas importantes como Tomás de Iriarte, que se estrena con La música. Trabajó sobre unas fábulas y cuando ya las tenía a punto, Samaniego se le adelanta y se convierte en un éxito editorial; mientras que Iriarte queda como un segundón.
Las fábulas de Iriarte son fábulas de buscapié, donde satiriza la sociedad literaria contemporánea. Las de Samaniego están más orientadas hacia una práctica, se trata de un libro de texto de la Real sociedad vascongada de amigos del país. Las de Iriarte resultan más interesantes. Samaniego e Iriarte no escriben sus obras por placer, están relacionados con la infraestructura política y social del país. Samaniego, por ejemplo, era sobrino del Conde de Peñaflorida, miembro de la Academia, etc. Por tanto, las fábulas de los dos son producto de una atmósfera intelectual no compartida; ya que Iriarte odiaba a Samaniego porque éste publicó sus fábulas antes que él, robándole así el triunfo de crear un género tan importante para la corte. Iriarte buscaba con esas fábulas alcanzar mayor lustre y aceptación en la corte, las dedica a un público elitista. Samaniego presenta una moral pragmática, consejos prácticos, representantes del nuevo espíritu burgués, personalista, que busca en el esfuerzo personal el éxito. De Samaniego se hicieron seis ediciones antes del siglo XIX y ciento veinticinco ya en el siglo XIX. Eso parece ser lo que molesta Iriarte, ya que él no tuvo tanto éxito y poseía una mayor calidad literaria.
A pesar de la novedad, esa dimensión pragmática de la fábula tiene una presencia muy notable en España antes de estos fabulistas: las traducciones árabes, la cuentística medieval entrañan ya toda una serie de buenos conocimientos que tiene que tener un buen príncipe. Lo mismo pasa con Samaniego donde también hay pautas para el buen comportamiento social, colectivo.