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Teatro del siglo XVIII

Publicado por Lourdes

El-si-de-las-ninas-32264A diferencia de la prosa y la lírica del siglo XVIII en España, el teatro era más variado ya que abarcaba las tres tendencias que estaban en continuo conflicto en esta época: la tradicionalista, la neoclásica y la popular. Entre éstas, la que más poder tiene al contar con el apoyo de la parte política y la clase social culta, es la neoclásica. En contrapunto, la que menos seguidores tiene y parece tener más cerca su final es la popular.

El autor Antonio de Zamora (1664-1728), quien fue un fanático seguidor de Calderón de la Barca, llegó al éxito gracias a una versión personal que hizo de otra obra anterior llamada «Don Juan: No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague o el convidado de piedra».

José de Cañizares (1676-1750), por su parte, hizo diferentes adaptaciones de obras que pertenecieron a épocas anteriores.

En el año 1765, se prohibió tajantemente realizar cualquier representación en público de los autos sacramentales, pues fueron obras que crearon mucha polémica en esta época ya que debido a su naturaleza inverosímil, los neoclásicos no veían con buenos ojos que se hiciera una manifestación artística de ello.

Otro autor que destacó dentro del teatro español del siglo XVIII fue Ramón de la Cruz, quien consiguió un éxito arrollador debido a sus obras «Las castañeras picadas» o «La pradera de San Isidro», semejante a la trayectoria de Lope de Rueda o los entremeses de Cervantes o Quiñones de Benavente. También destacó la obra llamada «Manolo» ya que podía ser una tragedia con la que podías reír o, al mismo tiempo, un sainete que te hacía llorar.

Con respecto a la tragedia y a la comedia del movimiento neoclásico, no conseguían llenar teatros porque sólo tenían popularidad entre las clases sociales cultas, por esta razón sus representaciones apenas duraban dos días. El autor más importante de estos géneros neoclásicos fue Jovellanos con su obra culmen «El delincuente honrado» (1773), Nicolás Fernández de Moratín con «Guzmán el Bueno» (1777), Iriarte con «El señorito mimado» (1790) y «La señorita malcriada» (1788) y Vicente García de la Huerta con su «Raquel» (1778).

Esta última obra, «Raquel» es la única tragedia neoclásica que merece la pena resaltar. El tema sobre el que trató ya fue utilizado por Lope de Vega en la obra llamada «Las paces de los Reyes y judía de Toledo» y giraba en torno a una amante hebrea muy hermosa del rey Alfonso VIII y que por su raza y por las consecuencias que este romance podía tener, la corte mandó asesinarla.

Pero sin duda, el autor más célebre de teatro neoclásico fue Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) que consiguió con solo cinco obras su reconociemiento. Dichas obras fueron: «El viejo y la niña» (1790), «La comedia nueva o el café» (1792), «El barón» (1803), «La mojigata» (1804) y «El sí de las niñas» (1806). También destacaron las traducciones que hizo de «Hamlet», de Shakespeare y de «El médico a palos» y «La escuela de los maridos», de Molière.