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La poesía escrita durante el siglo XIII

Publicado por Pablo

Gonzalo de BerceoDurante este siglo, y al margen de la conocida poesía trovadoresca, surgieron otros tipos de composiciones líricas. La mejor de ellas era de una tipología más erudita, más elaborada que la que hicieron suya los trovadores.

Se trataba de una poesía concebida, está sí, para ser leída. Estaba bastante ligada a la religión y los que la componían eran, generalmente, monjes. En este contexto, en España surgió el conocido mester de clerecía, que se dedicó a componer largos relatos versificados, de temas religiosos en su mayor parte, pero también profanos en ocasiones. Su propio nombre hacía referencia a ese origen clerical de sus autores, y lo contrapone de forma clarísima al otro conocido mester, el de juglaría, el de los juglares.

Muchos de estos relatos no eran sino adaptaciones libres de antiguos escritos en latín, y la intención de sus autores consistía en hacer llegar esas historias a todos aquellos –que eran cada vez más- que no conocían la lengua latina. No hemos de obviar que el mester de clerecía se dirigía a un público culto, pero, sin embargo, era bien consciente de que sus obras iban a ser escuchadas por muchas personas no tan cultas ni eruditas, y a éstas también se propuso llegar. Sus autores establecieron estrofas en versos regulares, lo que supuso una novedad: se oponía a la libertad y a la irregularidad bajo las cuales se habían compuesto, hasta ese momento, los cantares de gesta.

La tendencia, entre los autores del mester de clerecía, de tratar de llegar a la gente menos culta y más popular, alcanzó su mayor evidencia con la obra de Gonzalo de Berceo, lo cual no se opuso a que éste hombre, que vivió durante la primera mitad del siglo XIII, obtuviese ya en vida un gran reconocimiento.

Si bien toda su obra es de un marcado carácter religioso, no es menos cierto que se dedicó a escribir hagiografías –o vidas de santos- y a difundir la moral cristiana adaptando textos que hasta ese momento sólo podían leerse en latín. Escribió asimismo sobre los milagros de la Virgen, a quien profesaba una devoción inquebrantable. Para lograr su empeño de llegar al mayor número de personas posible, le daba a esos temas un trato muy personal, y utilizaba un estilo llano que no sólo comprendía el pueblo, sino que, además, le era sumamente grato. Así se entiende que escribiera, por ejemplo, la historia de un clérigo, a pesar de su infinita ignorancia, conocía de memoria la misa de la Virgen; o la de otro monje vicioso que es resucitado por la Virgen para, a continuación, enterrarlo en tierra sagrada.

Pero no era sólo castellana esta costumbre y esta tendencia. En Francia también se desarrolló algo parecido, y su mayor fruto fue sin duda el Roman de la Rose, obra cumbre de la poesía erudita de la época. La escribieron entre varios autores, aunque el más estudiado ha sido Guillaume de Lorris, que aportó unos cuatro mil versos de los veintidós mil de los que consta. Toda la obra es presentada como un sueño en el que se reflexiona sobre muy diversas cuestiones, entre ellas, y sobre todas en la parte de Lorris, el amor. Su obra constituye una verdadero manual acerca del arte de amar, y su vigencia durante el siglo XIII fue verdaderamente eminente.