Literatura romántica
El siglo XVIII había sido testigo del éxito de la Ilustración. Triunfaron los ideales racionales, el equilibrio, la racionalidad científica y el liberalismo económico. El mundo cambiaba hacia un nuevo modelo industrial, la vida rural tradicional parecía agotada y todo el mundo miraba hacia un futuro lleno de grandes urbes que serían cuna de la industria, la ciencia y las artes. En ese contexto surgió un movimiento cultural y filosófico completamente opuestos, y este movimiento fue llamado romanticismo.
En lo tocante a nuestro asunto, que es la literatura, el romanticismo promulgó una ideal de artista dotado de un genio creador que nace de la libertad del espíritu humano. El romanticismo pone así al artista en el centro, y sobre todo, más que su intelecto o su capacidad para llegar a grandes conclusiones a partir del intelecto, alaba sus sentimientos, su ansia de libertad y sus deseos.
La literatura romántica acoge generalmente todo aquello opuesto a lo racional y lo descriptivo: la fantasía, la imaginación, el sueño, el sentimiento.
El principal «leit motiv» del romanticismo es el choque entre la realidad y el deseo. Este enfrentamiento, tan a menudo opuesto, ocasiona normalmente decepciones, angustias y desengaños, que son muy frecuentemente explotados por los autores románticos. El fracaso y la incapacidad de lidiar con el mundo real llevan la obra romántico hacia la evasión a tiempos pasados o lugares remotos, a menudo exóticos.
El escritor romántico desarrolló un gusto habitual por lo sobrenatural y lo misterioso. Los ambientes exóticos o poco habituales, como los cementerios, se convierten en la ambientación normal de la obra romántica, que se siempre atraída fervientemente por todo aquello que la razón no es capaz de explicar. Lo irracional y lo peligroso son el ambiente habitual, frente a lo conocido, racional y explicable sobre lo que pivotaba la literatura anterior.
Este gusto va poco a poco ligándose a los diferentes movimientos nacionalistas, y así nacionalismo y romanticismo se alían. Los románticos dejan de lado lo sobrenatural para recurrir a lo tradicional, lo que consigue ensalzar las culturas locales y diferenciarlas del universalismo ilustrado.
La lista de autores egregios del romanticismo es evidentemente larga, dada la importancia del movimiento. En estas pocas líneas podemos citar a autores como Washington Irving, Herman Melville o Walt Whitman en Estados unidos, Alessandro Manzoni y Giacomo Leopardi en Italia, Lord Byron, Mary Shelley y Walter Scott en Inglaterra, Françoise de Chateaubriand y Alexandre Dumas en Francia, el Duque de Rivas o José de Espronceda en España.