Tratamiento de los topónimos extranjeros
El espacio de hoy vamos a dedicarlo a los topónimos, que como todos sabéis, son los nombres propios de lugares. Los mayores problemas a la hora de emplear los topónimos surgen cuando existe la necesidad de dar nombre a un lugar nuevo o no existente, hasta entonces, en la toponimia tradicional. Además, otros factores como los geopolíticos añaden dificultades al cambiar de nombre lugares, países, etc. También presentan dudas aquellos topónimos que no provienen de lenguas latinas y que han de adaptarse, en lo posible, a nuestro idioma tratando de preservar su pronunciación original.
Por esta razón, existen una serie de orientaciones ofrecidas por la Real Academia Española sobre cómo han de escribirse en nuestro idioma aquellos topónimos y sus gentilicios correspondientes que presentan dudas. Los criterios seguidos por esta institución son: la adaptación y transcripción de topónimos según las reglas de ortografía del español, grafías no adaptadas o semiadaptadas que se emplean frecuentemente y la adaptación a los cambios oficiales en los topónimos.
De este modo, encontramos diferentes tipos de topónimos según su tratamiento. Veamos cuáles son:
1. Aquellos topónimos que cuentan con una forma en español que se encuentra en pleno uso, pero que frecuentemente podemos ver y escuchar, sobre todo en los medios de comunicación de masas, con grafías de sus lenguas de origen. En estos casos prevalece la forma en español, a no ser que esta ya no esté vigente o haya habido cambios en el nombre del lugar.
Por ejemplo, se prefiere pronunciar y escribir “Nueva York” antes que “New York”.
2. Existen topónimos que no poseen una forma adaptada al idioma español y que, por tanto, se emplean con su grafía original o, incluso, con la de otra lengua que sirve como puente entre el idioma de origen y el español.
Por ejemplo, se respeta la grafía en inglés en el topónimo de ciudades como “Ottawa” o “Washington” y se emplea el inglés como lengua puente entre el español y el danés en el topónimo “Copenhague”, que en danés es “København” y de ahí pasa al inglés “Copenhagen”.
3. Algunos topónimos con forma en español dejan de emplearse a favor de la forma que presenta en su idioma originario. En estos casos, se prefiere la froma original.
Por ejemplo, hoy en día usamos el topónimo “Ankara” en lugar del antiguo “Angora”.
4. Algunos topónimos, que tienen una forma en español que se halla en pleno uso, cambian oficialmente su denominación. Aquí, sigue teniendo prefiere la forma tradicional en español.
Por ejemplo, usaremos el topónimo “Calcuta” y no “Kolkata”.
En aquellos casos, en que el cambio sea profundo y no una simple reivindicación local, se usará el nuevo topónimo.
Por ejemplo, ya no hablaremos de “Ceilán”, sino que usaremos el topónimo “Sri Lanka”.
5. Otro grupo de topónimos, es aquel que está formado por los nombres de lugares cuyas grafías son producto de la transliteración o representación de otros idiomas, normalmente del inglés o el francés. Se recomienda, entonces, adaptar estos topónimos al español.
Por ejemplo, “Buriatia” en lugar de “Buryatia”.
6. En último lugar, mencionamos los topónimos que pertenecen a lenguas cn alfabetos distintos al latino. En estas ocasiones, se aplicarán las normas de transliteración del alfabeto correspondiente al latino y la acentuación de la palabra estará sometida las reglas generales de acentuación del español. Se reconocerán también otras grafías, si estas se encuentran afianzadas.
Por ejemplo, podemos escribir “Iraq” o “Irak”.