Monosemia, polisemia y homonimia
Es bien sabido que todo signo lingüístico se compone de un significante y de un significado, pero, sin embargo, no en todas las palabras se establece el mismo tipo de relación entre el uno y el otro.
Así, en las palabras monosémicas, un significante se asocia a un significado. Por ejemplo, para el significante Hipotenusa sólo es establece el significado que dice “lado opuesto al ángulo recto en un triángulo”. Como es fácil suponer, estas palabras monosémicas abundan en la terminología científico-técnica, en la que lo que se busca es la máxima precisión, y trata de evitarse todo sesgo de ambigüedad.
En la lengua común, por el contrario, las que abundan son las palabras en las que a un significante le corresponde más de un significado, es decir, donde se produce el fenómeno de la polisemia.
Pensemos en la palabra Ocaso, por ejemplo. Este término, dependiendo del contexto en el que se use, puede significar (1) puesta de sol, (2) Occidente, punto cardinal, o bien (3) decadencia, declinación y final.
Cualquier consulta al diccionario nos permitirá comprobar que este fenómeno de la polisemia es realmente común, y característico de todas las lenguas. Si nos acercamos al diccionario de la Real Academia Española, encontraremos 16 acepciones distintas para la palabra manto, 36 para la palabra mano, y 31 para la palabra ojo. Es decir: múltiples significados para un mismo significante.
Pero, pese a lo que pudiera pensarse, la polisemia no supone obstáculo alguno para el desarrollo de la correcta comunicación. A pesar de que con una misma palabra podamos referirnos a muchas cosas, el destinatario del mensaje no tiene problema alguno –a partir de los datos que le proporciona el hablante- de deducir el significado exacto de la palabra. Esto ocurre gracias a la capacidad de ese destinatario de comprender el contexto en el que tiene lugar la comunicación.
Otro fenómeno relacionado con los significados es la homonimia. Esta ocurren cuando dos significantes diferentes en su origen han llegado a coincidir en una misma forma, debido a su evolución fonética.
La palabra haz, por ejemplo, es el resultado de la evolución fonética de dos palabras latinas completamente diferentes: Fasciem y Fascem. Las leyes de la evolución fonético del castellano han hecho que estas dos palabras latinas coincidan en una misma forma: haz, que tiene sin embargo dos significados claramente diferentes. De fasciem se derivó haz (1), que significa cara superior de la hoja. De fascem, por el contrario, se derivó haz (2), que significa porción atada de mieses.
Las palabras homónimas pueden ser o bien homófonas, es decir, aquellas que tienen la misma pronunciación pero distinta ortografía (como hojear y ojear); o bien homógrafas, que son las que tienen la misma pronunciación y la misma ortografía (como don, regalo; y don, fórmula de tratamiento cortés).