Aumentativo
El aumentativo es como llamamos a los afijos (sufijos) que se emplean para modificar el significado original de una palabra, cuando esta modificación se encauza hacia el gran tamaño o la gran importancia. A veces, el aumentativo se utiliza con la intención de transmitir aprecio, y otras -menos- con intención despectiva.
Los aumentativos se forman de la misma manera que los diminutivos y que los despectivos: a la raíz de la palabra se le añde un sufijo entre varias opciones. Las más comunes son: «ón» («notición»), «achón» («bonachón»), «errón» («gamberrón»), «ejón» («espejón»), «erón», «etón» («pobretón»), «atón» («matón»), «azo» («porrazo»), «ote» («animalote»).
A pesar de compartir el proceso de formación y significar exactamente lo opuesto, los aumentativos cuentan con una variedad de matices expresivos mayor a la de los diminutivos. Por ejemplo, aunque deriven de una palabra de género femenino, cuando los los aumentativos se forman con «ón» se convierten al género masculino (véase el paso de «la mesa» a «el mesón» o de «la noticia» a «el notición»).
También al contrario que los diminutivos, las reglas de formación de los aumentativos son mucho más variadas y, en buena medida, libres. Dado que depende de lo que queramos decir, son muchas las palabras que admiten más de una terminación aumentativa, de modo que la comunidad de los hablantes es especialmente creativa en la formación de este tipo de derivados. Es por ello que existen menos sufijos aumentativos que sus equivalentes diminutivos: porque pueden emplearse con un mayor grado de libertad, y son capaces de modificar gramaticalmente la palabra derivada en un grado también mayor que los diminutivos.
Por ejemplo, partiendo de «hombre» podemos decir «hombrón», «hombretón», «hombrazo», «hombrote» o «hombracho», en función de los matices que queramos comunicar. Esos matices no dependen exclusivamente del contenido semántico del sufijo: también varían de forma importante en función de la variedad lingüística regional.
Dicho lo cual, es normal deducir que el número de aumentativos irregulares es también mayor al número de diminutivos irregulares. Dadas las laxas reglas de formación que acabamos de describir, el aumentativo no se limita, en bastantes casos, a adherirse a la raíz de la palabra, sino que requiere una especial adecuación de ésta para poder formarse. Así, desde pequeñas variaciones casi imperceptibles pasamos a palabras que deformar profundamente su raíz para poder hacer hueco al sufijo de aumentación.
Por ejemplo, con «arenque» formamos «arencón»; con «bueno», «bonachón»; con «bobo», el construidísimo «bobablicón»; con «cuerpo» creamos «corpachón»; con «grande», «grandullón»; con «guapo», «guapetón»; con «piedra», «pedrón» o «piedrón»; y así, naturalmente, existen numerosísimos ejemplos.