Transitividad
La transitividad es la característica que tienen algunos verbos y que les permite disponer de dos argumentos nucleares. Normalmente, cuando esto ocurre, uno de dichos argumentos es externo al sintagma verbal —y se llama así, argumento externo, o bien argumento A, o bien sujeto gramatical—, y el otro es un argumento interno —y se suele llamar primer objeto—.
La transitividad puede ser positiva o negativa, en función de su aplicación a un verbo determinado. Cuando el verbo la posee, se dice que es un verbo transitivo, y cuando no, se dice que es un verbo intransitivo.
Aunque en la mayoría de los manuales de gramática española se clasifican los verbos así —transitivos e intransitivos—, existe una corrección lingüística a esta clasificación. Ya que algunos verbos pueden llevar diátesis, tanto transitivas como intransitivas, sería algo más correcto hablar de que existen construcciones transitivas e intransitivas en lugar de verbos. La transitividad, en esos casos, puede no ser una propiedad léxica de los propios verbos.
Hay no obstante otra manera de explicar la transitividad, tal vez menos arraigada en ámbitos científicos pero más conocida en ambientes escolares. Es la que define la transitividad como una relación de determinación semántica, donde el complemento directo es que el determina la naturaleza transitiva o intransitiva del verbo principal. Así, existirían verbos que, por la naturaleza general o excesivamente amplia de su significado habitual, requieren de la utilización de un complemento directo que los haga más explícitos. Por otra parte, los verbos intransitivos serían aquellos capaces de ser entendidos de forma autosuficiente, sin necesidad de complementos ni acotaciones adicionales.
En español existen numerosos verbos tanto transitivos como intransitivos. Para ilustrar la teoría explica anteriormente, pongamos algunos ejemplos.
Cuando utilizamos un verbo como «acariciar«, necesitamos hacer explícito el objeto gramatical que «es acariciado», o que «se acaricia». Así, no podríamos decir simplemente «Juan acarició». La frase quedaría claramente inconclusa y parecería a-semántica. Entre otras cosas, porque podríamos terminarla con un «Pedro acarició a su gata», utilizando el significado habitual de acariciar como «tocar suavemente», o podríamos decir que «Pedro acarició el triunfo», queriendo decir que «estuvo cerca» del mismo. Acariciar es un verbo con significado suficientemente amplio como para requerir un complemento directo. Acariciar es un verbo transitivo.
En cambio, si decimos «Pedro lloró», no necesitamos nada más. Llorar es lo suficientemente auto-explicativo y autosuficiente como para no requerir información adicional. Podemos decir «cómo lloró» o «por qué lloró» o añadir información de muchos tipos, pero no necesitamos decir «qué lloró». Llorar es un verbo intransitivo.