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El estructuralismo norteamericano

Publicado por Pablo

Edward SapirLa lingüística siguió en Estados Unidos, durante el siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, los mismos derroteros que en Europa. Así fue hasta que, a partir del final de la Primera Guerra Mundial y por dificultades de intercomunicación científica, así como por deseo de afirmar una personalidad propia, los lingüistas americanos imprimen a sus actividades unas características peculiares. Aunque en cierto modo, como veremos, paralelas a las que se desarrollaban al otro lado del Atlántico.

Los norteamericanos llegaron también a la instauración de la lingüística sincrónica. Mucho se ha discutido sobre el papel que en ese proceso desempeñó el Curso de Saussure. El propio Leonard Bloomfield escribió en 1922 que el maestro ginebrino había construido las bases de la nueva lingüística, aunque no fueron pocos los que afirmaron que se había llegado al mismo resultado sin influjo alguno de la ciencia europea. Y, en efecto, hay algo de cierto en ello. Pues muchos lingüistas norteamericanos se formaron estudiando las lenguas indígenas que, por ser desconocidas en sus fases anteriores, no eran susceptibles de investigación diacrónica. Había que estudiarlas, pues, como eran, en su estado actual.

Es precisamente esa atención prestada a las lenguas indígenas la que configuró y dio originalidad al estructuralismo norteamericano y a sus métodos. En efecto, aquellas lenguas no podían ser descritas con las categorías establecidas secularmente por la lingüística tradicional (sustantivo, adjetivo, verbo, tiempo, modo aspecto…). Ello obligó a sus estudiosos a buscar nuevas categorías y, de paso, mostró la debilidad de las antiguas, que habían sido creadas en base únicamente a las lenguas europeas. Esa búsqueda llevó a los lingüistas norteamericanos a estadios más avanzados que sus colegas europeos, sobre todo en cuanto a sus estudios de la morfología y de la sintaxis.

Contó todo eso proceso con dos maestros indiscutibles: Edward Sapir (en la imagen) y Leonard Bloomfield. El primero formuló los supuestos del estructuralismo fonológico; el segundo dejó su huella en los terrenos mencionados de la morfología y la sintaxis.

Sin embargo, ambos se distancian en sus respectivas concepciones del lenguaje. Sapir está a la cabeza de lo que se ha llamado el mentalismo americano, es decir, de una interpretación del lenguaje indisolublemente unida a los actos de la mente. En cambio, Bloomfield, maestro y fundador del antimentalismo, lleva a sus últimos límites la disociación entre los significantes y los significados, para excluir estos de su consideración. Afirma que el lingüista sólo puede realizar aserciones sobre el sistema de los significantes, ya que las cuestiones del significado, de índole mental y conceptual, no son de su incumbencia. Su lingüística trata de analizar la lengua con rasgos exclusivamente formales. La significación sólo se tiene en cuenta como control, para tener la seguridad de las que conclusiones obtenidas no son irracionales.