Ab Urbe Condita
A todo aquel que haya estudiado latín posiblemente le suene el título Ab Urbe Condita, la gran obra escrita por Tito Livio. Y es que esta obra se ha convertido en uno de los textos clásicos para empezar a traducir la lengua latina.
Y no solo para traducir, también para conocer parte de los orígenes de la ciudad de Roma, ya que el propósito del autor era narrar la historia de la urbe desde su misma fundación (esa sería la traducción del título).
Un empeño colosal, ya que Tito Livio dedicó gran parte de su vida (59 a. C – 17 d. C) a esa redacción que llegó a tener más de 140 libros, si bien hasta nuestros días no han llegado todos, “tan solo” 35, que se corresponde con los años fundacionales de Roma.
Está claro que la obra tiene un claro carácter historiográfico, si bien es cierto que al pretender hacer una historia tan amplia y escribir tanto le era materialmente imposible estudiar con detenimiento todas las fuentes historiográficas que tenía a su alcance. De manera que recurría a las que estaban más accesibles para él.
Eso no le resta valor al documento para los historiadores, pero aquí sobre todo nos interesa su trabajo desde un punto de vista literario, y en ese sentido hay que decir que los textos de Tito Livio tiene un fuerte espíritu de dramatización de los hechos narrados. Algo que también cuadra con el propósito que tiene de antemano, que no es otro que el adoctrinamiento de sus lectores, a los que quiere dejar muy evidente la grandeza de Roma.
Lo cual para él tenía mucho sentido al detectar en su tiempo síntomas de decadencia, ya que mientras escribía esto se acabó la República, y comenzó el imperio con Augusto, mientras que Tito Livio no era absolutamente partidario de ese sistema de gobierno. No obstante, no podía imaginar la etapa de esplendor que iba a vivir en las siguientes décadas su ciudad adoptiva (él había nacido en Padua).
Esa dramatización le lleva a detenerse a veces en detalles que quizás fueron fruto de su imaginación. Pero eso no va en contra el sentido historicista de la narración, aunque a veces queda en un segundo plano ante el uso de elementos cargados de retórica y también de emotividad, los cuales le emparentan con los textos de Cicerón.
Es decir, estamos ante una obra para historiadores pero también para ser leída casi como una novela. Al fin y al cabo Tito Livio dejó muy claro que él no concebía la historia como una ciencia, ni era esencial la narración objetiva de los hechos acaecidos. Es más importante la moralidad que se transmite con ello, para lo cual no duda por ejemplo en poner en boca de los protagonistas algunos discursos completamente inventados. Algo encaminado a la exaltación de las virtudes de su ciudad. Teniendo en cuenta esto, se puede disfrutar mucho más de la lectura de sus libros.