Prosa griega
Una característica común a todos los géneros que se establecieron como canónicos en la Grecia antigua (esto es, la épica, la lírica y el género dramático) es que todos ellos utilizaban el verso como vehículo para componer las distintas obras.
La razón es bastante sencilla. Los tres géneros que acabamos de citar tenían algo más en común: sus textos se componían para ser recitados o cantados en público, y no para ser leídos, en forma de libro.
La prosa nació, de esta manera, para permitir una comunicación más directa y práctica a la hora de escribir textos que debieran ser fijados por escrito y leídos de esa misma manera. En general, este tipo de textos estaban casi siempre relacionados con el estudio y el conocimiento, ya sea científico o filosófico. Es decir, la prosa se utilizaba cuando el objetivo de la obra no era generar placer estético sino perpetuar el conocimiento adquirido en una determinada materia.
La filosofía fue sin duda la primera gran aliada de la prosa. Si bien los primeros filósofos (los presocráticos) habían utilizado el verso, y aunque Sócrates no llegó a escribir ninguna obra, Platón y Aristóteles sí fueron escritores prolíficos, y siempre recurrieron a la prosa para argumentar sus idearios filosóficos.
Hipócrates, por su parte, es el padre de la medicina y el ejemplo perfecto de la prosa científica griega, que legó a la posteridad en su Corpus Hippocraticum.
Otro género que se valió de la prosa fue el de la oratoria, o el de los consejos a los políticos que debieran ganarse en público, por medio de los discursos, el favor de sus ciudadanos. Particularmente importante en las ciudades, como Atenas, donde se desarrollaron las formas de gobierno democráticas. Demóstenes fue tal vez el escritor de discursos más reputado de Atenas, y sus famosas Filípicas, arengas contra Filipo de Macedonia, su obra más conocida.
La historiografía tuvo con Heródoto a su fundador, y como los demás autores que venimos estudiando en este artículo, Heródoto también escribió en prosa sus nueve libros de historia, que eran más bien un informe de sus viajes por los distintos pueblos del Mediterráneo. Más disciplinado y más estrictamente historiador fue Tucídides, que dotó a sus escritos de una concepción realista en su gran obra, Historia de la guerra del Peloponeso, donde analizaba las causas y consecuencia de la guerra con auténtico rigor historiográfico.
Por último, las fábulas fueron otro género que se valió de la prosa. Relatos breves, de origen popular, que se empleaban para realizar algún tipo de enseñanza moral, y que aún hoy perduran en la literatura infantil. Esopo fue el gran autor de este tipo de género.