Prosa renacentista
El género de la prosa había sido el de menor importancia dentro de la literatura medieval. La literatura de ficción era muy escasa y se solía expresar de cualquier modo en formas poéticas. La épica igualmente se escribía en verso, y los nuevos tratados ensayísticos de historia, ciencias o filosofía eran tremendamente escasos en una época en la que el conocimiento se basaba en el estudio de las fuentes antiguas.
Todo ello cambió con la llegada del Renacimiento. Con los humanistas y su afán por el saber y el estudio se desarrolló con creciente impulso el género didáctico escrito en prosa, y muchas veces en forma de diálogos, a la manera de algunos clásicos de la filosofía griega.
Esta prosa didáctica se ocupa también del ámbito religioso, de especial importancia por la lucha desatada entre católicos y protestantes, y la necesidad de ambos de ganar seguidores. Asimismo, los nuevos descubrimientos, tanto científicos como geográficos, dan lugar a una amplia corrientes de obras didácticas que sirven para explicarlos a gran público. La invención de la imprenta multiplica la cantidad de obras y las dota de un nuevo alcance, antes desconocido.
Por supuesto, si hay un género que no decae y que sigue existiendo con renovado impulso ése es el de la historiografía. Las nuevas cortes renacentistas y sus poderosos monarcas requieren de historiadores que canten sus hazañas y adornen sus genealogías. El historiador de corte se hace cada vez más importante, y las obras de historia también se multiplican.
Pero no sólo de ensayos está hecho el impulso que vivió la prosa renacentista. También la ficción experimenta un crecimiento de gran importancia dado el nuevo espíritu de los tiempos y el nuevo alcance que permite la imprenta. La narrativa, ya en forma de novela, se desarrolla en forma de novela pastoril, heredera de la lírica amorosa italiana; la llamada novela bizantina, de género aventurero y conformada por personajes de alto linaje; la novela morisca, que centra sus historias en las frecuentes luchas de moros y cristianos; la novela breve, también de influencia italiana (de Bocaccio, particularmente); y la novela picaresca, la primera de tendencia marcadamente realista.
Esta última tendencia marca una ruptura con todo lo anterior, ya que el resto de novelas tienden a idealizar los personajes y sus nobles sentimientos, así como a alejarlos de lo cotidiano. En la novela picaresca, perfectamente ejemplificada por el Lazarillo de Tormes, los protagonistas son personajes de baja condición en lugares reales que empiezan a mirarse con ojos diferentes.
Todas estas tendencias novelísticas confluyeron hacia el final de la época renacentista en una novela mayor que las superó a todas: El Quijote, de Miguel de Cervantes.