Teatro latino
El género literario que más temprano se desarrolló en la cultura romana fue el teatral. Y, si bien los romanos desarrollaron un teatro propio durante sus primeras etapas, el contacto con la cultura griega lo cambió para siempre y desarrolló su teatro -como el resto de sus artes de su literatura- de la forma en que lo había hecho en la antigua Grecia. No obstante, ya antes de este encuentro, el teatro romano se parecía al griego en muchos aspectos: los actores solían llevar máscaras, el texto estaba escrito en verso, y las partes cantadas y el acompañamiento musical eran muy frecuentes.
Lo que más influencia tuvo, una vez los romanos pudieron conocer el teatro griego, fue la división genérica de éste. En efecto, pronto adecuaron sus obras para categorizarlas entre los dos grandes géneros del teatro helénico: la comedia y la tragedia.
Y si bien en Grecia la tragedia había sido el género por antonomasia, el Roma fue la comedia la que conquistó con más frecuencia el aplauso de los espectadores. Fue además el género donde más innovaron los autores romanos, introduciendo las exageraciones, la gesticulación, los juegos de la palabras y las situaciones cercanas a la vida cotidiana del espectador. Fue, en cierta manera, un acercamiento a la comedia tal y como hoy la concebimos. Como autores, destacaron Plauto y Terencio.
Plauto es, sin duda, el comediante más prestigioso de la literatura romana. Se le conocen nada menos que 150 obras. Dominó como nadie el lenguaje popular y supo tener siempre en mente lo que al público le gustaba, sin dudar en recurrir a lo obsceno y a lo grotesco cuando así lo creía necesario. Entre sus obrasa destacan «El embustero», «El soldado fanfarrón» y «La comedia de la olla».
Terencio, por su parte, escribió mucho menos y, casi siempre, de una manera mucho más refinada. Sus personajes no son grotescos y están mucho más perfilados, e incluso su lenguaje es bastante más elegante. No obstante, obtuvo también bastante éxito con obras como «Los eunucos» y «Los hermanos».
La tragedia, por el contrario, nunca consiguió despertar en Roma el mismo interés y admiración que había suscitado en las ciudades griegas. Se escribieron pocas tragedias, y se representaron muchas menos. Sólo un autor, Séneca, adquirió un nombre destacable como representante del género. No obstante, él mismo fue consciente del poco éxito del género entre sus contemporáneos, y dado su interés por la filosofía, escribió obras de gran profundidad que fueron pensadas para ser leídas más que para ser representadas.