Los adjetivos absolutos
Hemos tratado la naturaleza del adjetivo en otro artículo, donde hablamos de la existencia de dos grandes tipologías de adjetivos: demostrativos -los que especifican a qué nos referimos (ejemplo: “ese árbol”)- y los calificativos -los que informan y califican el objeto al que nos referimos (ejemplo: “árbol viejo”). Pues bien, dentro estos últimos existen diferentes subgrupos según el grado y la función que desempeñen. Uno de ellos es el que trataremos hoy: el “adjetivo absoluto”.
Cuando hablamos de adjetivos absolutos estamos haciendo referencia a aquellos adjetivos que indican una cualidad que el sustantivo posee en el más alto grado, pero que, además, no admite comparación de ninguna clase. Se trata en todo caso de un adjetivo de grado superlativo, que podría ser relativo si admitiera comparación, pero que, en este caso, como no la admite, llamamos adjetivo superlativo absoluto.
Un absoluto describe, pues, una cualidad que no tiene graduación, que no es mesurable. De esta forma, un adjetivo absoluto no admite comparación y tan sólo puede ser modificado o matizado por adverbios del tipo de “casi”. Veamos algunos ejemplos de adjetivos absolutos, que nos ayudarán a comprenderlos mejor:
Muerto: como resulta obvio, una persona o cosa puede estar o bien viva o bien muerta, pero una persona no puede estar más muerta que otra, y un árbol no puede estar “muy muerto”. Sin embargo, sí podríamos decir, por ejemplo, que una planta a la que hace bastante tiempo que no regamos parece estar “casi muerta”.
Cuadrado: un objeto o cualquier cosa puede ser cuadrado o no serlo, pero no puede ser “muy cuadrado”. Sin embargo, cuando tratamos de dibujar uno a mano y sin ayuda de ninguna regla, podemos decir que hemos conseguido dibujar algo que es “casi cuadrado”.
Perfecto: la perfección no es relativa. Podemos decir, por ejemplo, que un equipo de fútbol ha hecho un partido “casi perfecto”, pero nunca diremos que ese partido ha sido “muy perfecto”, frente al partido sólo “un poco perfecto” de la semana anterior.
Único: al igual que la perfección, la unicidad no admite graduación alguna. Puede que conozcamos a una persona que nos parezca “única” o que no nos lo parezca, pero en ningún caso diremos que es “muy única”, ni tampoco podremos comparar su unicidad, dado que este tipo de adjetivos, como se ha dicho, no admiten comparaciones. Una persona, entonces, puede ser única o no serlo, pero no puede ser “más única” que otra.