Los orígenes de la lírica griega
Era la lírica, en sus orígenes, una especie de poesía cantada y acompañada, de fondo, por el bello sonido de la lira. Había dos tipos, dos formas de llevar a cabo este arte: la coral, con varias voces y acompañamiento, y la monódica, a una sola voz y sin acompañamiento alguno. Alcmán, Estesícoro, Íbico y Píndaro son, seguro, nombres que a todos nos recuerdan algunos de los más bellos pasajes de la lírica griega. Fueron los que mayores cotas alcanzaron en el primer tipo que decíamos, la lírica coral. Mientras, otros grandes maestros como Alceo, Safo y Anacreonte, maravillaban a sus coetáneos con composiciones líricas monódicas.
La elegía y el yambo, aunque hoy no los consideremos partes de la lírica, sí lo fueron en sus inicios. En ellos no había canto, sino que, simplemente, se recitaban con el acompañamiento de algún instrumento. La flauta era el de más común uso en el caso de la elegía, mientras en el yambo solían usarse instrumentos de cuerda.
Sin duda alguna, uno de los centros antiguos más importantes para la lírica fue Lesbos. El que, siglos –milenios incluso- después se haya constituido aquel lugar como una suerte de mito poético es porque, en gran medida, dos autores geniales vivieron allí: Alceo y Safo. Alceo pertenecía a la aristocracia y luchó por el poder político sin éxito, de forma que sus poemas están casi siempre dedicados a la política. En cambio Safo, una de las mujeres más destacadas de la antigüedad, aunque tenía el mismo origen aristocrático que Alceo, tuvo una vida muy distinta. Hubo de sufrir un destierro a Sicilia entre los años 604 y 603 a.C., y sus poemas los dedicó fundamentalmente al amor. Muchos de ellos alcanzaron un bello y evidente contenido erótico. Utilizaba un lenguaje sencillo y claro, diametralmente apuesto del estilo homérico, y escribía poemas que eran puro sentimiento. Su obra alcanzó una repercusión tremenda en la literatura posterior, y en la cultura griega en general. Platón llegó a considerarla la décima musa.
La lírica arcaica de tipo coral alcanzó su hegemonía con dos nombres propios, Anacreonte de Teos y Teognis de Megara. El primero escribió a finales del siglo VI a.C., y fue el poeta de la corte de Polícrates, el tirano de Samos. Dedicó sus poemas al amor, a la vida sensual, al vino y a la música, evolucionando el estilo y la temática de Alceo y Safo. El caso de Teognis es bien diferente, pues su vida fue una tragedia de principio a fin. Sus poemas son un canto al descontento acerca de la deriva a la que, en su opinión, se dirigía la Atenas democrática de Pericles. Aunque nunca perdió la esperanza, en sus poemas reina el descontento y el pesimismo, un curioso caso en una época en la que aquella ciudad se encaminaba de forma irremediable hacia su máximo esplendor.
El otro gran poeta de la época fue el tebano Píndaro, que alcanzó una posición desahogada gracias a su enorme fama, pudiendo escribir muchas obras por encargo. El respeto que se le tuvo a su figura es incomparable en la época, hasta el punto que, cuando Tebas fue saqueada y destruida por un pueblo rival, el único edificio que los saqueadores respetaron fue la casa del poeta, que era sagrada. Incluso Alejandro Magno, un siglo después, también respetaría la casa de Píndaro en su airado ataque a la ciudad.