Sustantivos patronímicos
La lista de palabras que podríamos conformar si pusiéramos, uno tras otro, todos los sustantivos que existen en español sería casi interminable. Los sustantivos, como ya sabemos, son, de todos los elementos con que cuenta la lengua, los que tienen una relación más directa con el mundo real: son, en efecto, los que nos permiten referirnos de forma directa a personas, a animales, a objetos o a ideas. y es a causa de ello que en La guía de lengua les hemos estado dedicando un tiempo casi en exclusiva a ellos. Dado que nuestra intención no era otra que llegar a comprenderlos en su globalidad, hemos intentado dar cuenta de todas sus características y de todas sus particularidades.
Es natural que, a causa de esa enorme cantidad existente de sustantivos a la que hacíamos referencia, se haga del todo necesario el conocimiento y la aplicación de una buena serie de reglas de categorización y diferenciación de los mismos. A grandes rasgos, podemos decir que los sustantivos cuentan con dos de esas normas.
La primera es bastante diferente a lo que suele ser habitual. Se dice que un sustantivo determinado puede ser o bien propio o bien común (pero no propio y común), o bien abstracto o bien concreto (pero nunca abstracto y concreto), etcétera.
La segunda es más convencional, pero también nos permite dar cuenta de menos diferencias. Es la clasificación que divide a los sustantivos según cuál sea su origen, así que éstos pueden ser primitivos (cuando se componen de un único lexema, como “mar” o “pan”), derivados, cuando se componen de más de un lexema (como “marino” o “panadero”), gentilicios (cuando surgen del nombre de un lugar, como “español” o “francés”), y algunos otros. En esta categoría vamos a detenernos ahora (y este será nuestro último artículo referente a los sustantivos) para dar cuenta de los llamados sustantivos patronímicos.
Al igual que ocurre con el caso de los sustantivos hipocorísticos, los sustantivos patronímicos pueden parecer algo “extraño”, una especie de “tecnicismo” de la lengua, pero en realidad todos los conocemos muy bien. Se trata, también al igual que los hipocorísticos, de unos sustantivos derivados de nombres propios de personas. Pero en este caso, no son un diminutivo cariñoso, sino que han derivado en apellidos.
Los apellidos son un invento relativamente moderno. Antiguamente, las personas, más allá de su nombre propio, se identificaban según el nombre de sus padres, de forma que se podía decir “Juan, hijo de Fernando”. Con el tiempo, y para abreviar, este individuo se terminó llamando “Juan Fernández”, y es que en español, ese “-ez” tan común al final de muchos apellidos significa justamente eso, “hijo de”, como “Bermúdez”, “González”, “Diéguez”o “Hernández”.