Verbos irregulares
Los verbos -de los cuales nos venimos ocupando últimamente en La guía de lengua-, a través de la conjugación, pueden presentarse a sí mismos en diferentes tiempos y haciendo referencia a diferentes personas gramaticales. Por lo general, existen unas reglas para construir esas conjugaciones, y de ahí que la mayoría de los verbos entren dentro del grupo de los llamados “regulares”. Son verbos a partir de cuya raíz puede derivarse toda la conjugación, como por ejemplo “latir”.
La raíz de “latir” es “lat”. En presente, diríamos que un corazón “lat-e”. En pasado, que ese corazón “lat-ió”. En futuro, que “lat-irá”. Y si usamos el partipio, diríamos que el corazón “ha lat-ido”; con gerundio que está “lat-iendo”; y si necesitáramos hacer uso del condicional, diríamos que “lat-iría”.
Como se puede observar, “latir” es el prototipo perfecto de verbo regular: a un raíz se le van sustituyendo una serie de desinencias temporales y personales que cambian el verbo y lo presentan actualizado y en correlación con su contexto.
Sin embargo, no todos los verbos forman parte de este grupo. La existencia de los verbos irregulares lo corrobora, y éstos últimos, de hecho, suelen ser los verbos más usados y conocidos del idioma, como “ser” o “haber”, por ejemplo.
Así, pues adelantemos una definición:
Un verbo regular es aquél que se conjuga con la misma raíz en todas sus formas, y cuyas desinencias siguen el modelo de su grupo (es decir, de los verbos terminados en “-ar”, “-er” o “-ir”.
Un verbo irregular es aquél cuya conjugación varía en su raíz o en su desinencia respecto a la forma o norma de su grupo.
Sin embargo, no hemos de pensar que los verbos irregulares son completamente anárquicos en su conjugación. Su irregularidad se debe, más bien, a que suelen ser palabras muy usadas, cuya raíz -normalmente latina- ha ido evolucionando a formas más suaves y ha terminado por cambiar su uso real. Por ejemplo, es lo que ocurre con palabras latinas como “lacus” o “vita”, que han terminado siendo las más relajadas “lago” o “vida”. Así, por ejemplo, el verbo “decir”, se conjuga en primera persona como “digo”.
También son comunes las alteraciones vocálicas en las que una vocal se sustituye por un diptongo: de “mentir” a “miento”, o de “morder” a “muerdo”, o las alteraciones consonánticas: de “venir” a “vendrá”, de “huir” a “huyo”, o de “traer” a “trajo”.