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Manuel Machado

Publicado por A. Cerra

Fotografía de Manuel Machado

Teniendo un hermano de la categoría literaria e icónica de Antonio Machado, está claro que es tremendamente difícil destacar. Pero para ser justos hay que reivindicar el valor de la poesía de Manuel Machado (1874 – 1947).

Es cierto que durante mucho tiempo a Manuel Machado se le ha encasillado como un poeta andaluz, sevillano para ser más concretos, que se dedicaba a escribir sus coplillas imitando las tradiciones folklóricas, y luego buscaba que los cantaores las cantasen en los tablaos flamencos como si fuera versos anónimos.

Era un auténtico enamorado de la cultura más tradicional andaluza, como también lo era su padre. Y ambos pretendían estudiarla, conservarla y renovarla. Por eso es innegable ese carácter flamenco de su arte, pero también tiene una vertiente mucho más moderna, cuyos vínculos están muy lejos de su Sevilla natal, y nos llevan hasta París y a las obras de los poetas malditos como Paul Verlaine. Una dualidad que él mismo dejó por escrito con los siguientes versos:

Medio gitano y medio parisién – dice el vulgo-

Con Montmartre y con la Macarena comulgo.

Y antes que un mal poeta mi deseo primero

Hubiera sido ser un buen banderillero

Así con esta mezcla, lo realidad es que Manuel Machado tiene toques en su lírica de un convencido Modernismo. Y aún más que eso, por momentos puede parecer que algunos de sus versos, que tan pronto parecen descuidados como fruto de efectos muy calculados, se asemejan a composiciones escritas por poetas latinoamericanos. De hecho, es bastante habitual vincular el arte de Manuel Machado con el del nicaragüense Rubén Darío. Una relación que no se puede considerar extraña, ya que incluso ambos compartieron piso durante una estancia en París.

De alguna forma, París y Rubén Darío cambiaron a principios del siglo XX su lírica guardando toda esa esencia andaluza, pero cuidando muchísimo más la estética de sus composiciones. Así fue como creó sus poemarios más interesantes, en los que bajo su título de carácter más local se esconde una profunda renovación en la lírica hispana, como por ejemplo con Los cantares de 1905, La fiesta nacional del año siguiente o Cante hondo publicado entre 1912 y 1916.

Una labor poética que desarrolló hasta casi su muerte, y que fue acompañada de su trabajo como archivero y bibliotecario. Además de que publicó en su juventud alguna que otra obra de teatro firmada por él y por su hermano Antonio.