Emily Dickinson
Fue una mujer sobre la que los historiadores no se ponen de acuerdo. Pudo ser un ser depresivo, una extravagante, una paranoica, o sencillamente una frustrada. Quizás escribir fuera lo único que le hacía poner orden en su mundo. Y ahí recurría a la abstracción y a una enorme sensibilidad.
Cuando decíamos que fue un personaje muy singular, nos referimos por ejemplo a que ella no escribía con el objetivo último de publicar. De hecho no tenía relación alguna con el mundo literario, ni con ningún otro poeta. Es decir, ella escribe seguramente para sí misma, y por eso no sigue ninguna teoría estética del momento. Todo lo contrario, su escritura es tan personal que sus poemas, cerca de 2.000 a lo largo de toda su vida, están tremendamente alejados del movimiento romántico que triunfaba entre sus contemporáneos.
Su exacerbada sensibilidad, sus obsesiones y sus angustias no podía volcarlos mediante el lenguaje romántico. Sin quererlo liberó a la poesía de esas trabas y de cualquier tendencia, escribiendo sus versos con un estilo absolutamente libre. Ella no lo sabía, pero su renovación poética fue muy importante y seguida con posterioridad. No tanto en vida, cuando los lectores tenían como poeta favorito a Walt Withman y obras como Hojas de hierba.
Lo cierto es que las palabras de Dickinson son de lo más coloquiales y familiares, sin embargo la sintaxis que usa para unirlas es única, personal y transgresora, saltándose todas las normas gramaticales siempre que lo considera necesario.
En esa línea, hay claras discordancias entre las palabras. E incluso deja frases inacabadas, algo que es característico de toda su producción, pero que genera a sus poemas unos matices de lo más peculiares y variables.
Todo ello es fruto de que la autora escribe para sí, para sacar a la luz sus pensamientos, que a veces son realmente contradictorios. Por ello abundan las paradojas y las antítesis que más que recursos literarios, en este caso son productos de la reflexión de la autora. Una creadora que jamás nos habla de la realidad de su época, y en cambio dedica todos sus poemas a angustiarse y obsesionarse con el paso del tiempo, la muerte, la existencia, la vida o la eternidad.